viernes, 25 de septiembre de 2015

ESPAÑA ES SUMA Y SINERGIAS, NO REALIDAD APARTE

Estamos todos más que calentitos, y yo el primero, a cuenta de las inminentes elecciones autonómicas catalanas, que se han convertido finalmente en el plebiscito que los independentistas pretendían. En medio de ese fárrago todo son cruces de sables verbales, ensalzamientos de las patrias, poesías varias entremezcladas con sueños y vaticinios, así como análisis históricos y políticos de lo posible y lo imposible.
He intentado eludir los excesos de frustración y bilis acudiendo al humor, a la parodia. Por debajo del sarcasmo supongo que lo esencial de mi perspectiva habrá quedado más que en evidencia. Pero ahora, y dando fe de mi condición de poliedro, me gustaría echar una mirada al asunto desde un nuevo ángulo puramente ontológico —esto es: relativo al ser— que pienso apenas se ha tenido en consideración y podría ayudar a aclarar algunas ideas.

La cosa, a pesar del cultismo anterior (intuyo que a más de uno lo de “ontológico” le habrá hecho temerse que se avecinaba un laberinto de palabros insondables), es en realidad bastante sencilla: todo este lio parte de considerar el asunto como meras dificultades de relación entre dos naciones: España y Catañuña. La cosa, para algunos, podría equipararse a un matrimonio en crisis, y las posibilidades son la reconciliación (vía reforma de la Constitución), o el divorcio (secesión); alternativa, ésta última, para la que caben igualmente dos opciones: divorcio de mutuo acuerdo (independencia pactada), o contencioso (declaración unilateral de independencia), que aunque siempre es más doloroso no deja de ser viable, y acaso inevitable, si las diferencias entre los cónyuges son insuperables y uno de ellos se empeña en no aceptar la separación.
A mi entender la metáfora anterior, por poética y estéticamente tentadora que pudiera parecer es absolutamente equivocada, porque España y Cataluña no son realidades equiparables, no son entes de la misma naturaleza. Para nada. Y no digo con esto que una sea superior a la otra: es que son cosas que pertenecen a distintos niveles de la realidad. Puestos a buscar metáforas, yo diría que el absurdo conflicto que enfrenta a Cataluña con España sería mucho más parecido al que pudiera enfrentar a mis pulmones con el resto de mi cuerpo, o a la raza negra con el resto de la humanidad. Y lo digo por un simple y elemental hecho que parece ser sistemáticamente olvidado: ESPAÑA ES LA SUMA DE SUS PARTES Y LAS SINERGIAS QUE DICHA SUMA GENERA, NO UNA REALIDAD DIFERENTE.
La primera vez que entendí la anterior obviedad fue, precisamente, oyendo a Jordi Pujol, hará veinte años, cuando aún era Honorable (con toda probabilidad ya robaba, pero no se sabía), y aunque no recuerdo la frase exacta, decía más o menos así: “la única manera que tengo de ser español es siendo catalán”. Pues claro: no se es español en vez de catalán, o andaluz o extremeño: no existe “lo español” sino como suma, mezcla, fermentación y fruto de todo lo anterior y del resto de gentes, tierras, costumbres, culturas e historias de este rinconcito del mundo. Y si alguien no está de acuerdo, que me diga, ¿qué es intrínsecamente español?, ¿la paella?: ¡eso no es español, es valenciano!; ¿las sevillanas, el flamenco?: ¡eso tampoco es español, sino andaluz! Pueden buscarse tantos ejemplos como se quiera, y el resultado siempre es el mismo. El cocido lo que es es madrileño, y el jamón salmantino —bueno, o de Huelva, Teruel y varios rincones más— y Picasso malagueño, Julio Iglesias gallego, Nadal menorquín, Fernando Alonso asturiano, Gasol y Miró barceloneses… ¿Quién o qué es aquí español, y solo español, sin ser además de otro sitio?
Claro que Cataluña puede escindirse de España: acabando con ella, como yo dejaría de ser yo si me privan de mis pulmones, y la humanidad dejaría de ser tal cosa si quedasen excluidos esa cuarta parte de la misma a la que denominamos “negros” (para un biólogo ese concepto de raza es una burrada comparable a llamarle pez a un delfín… aunque ya trataremos eso en otro momento). Habría que buscarle otro nombre a esa “España sin Cataluña” y crear otro Estado diferente, como diferente es Rusia de quien fue la Unión Soviética. Puede pasar, no hay duda ¿Dónde están Checoslovaquia, Yugoslavia, el Imperio Otomano, Roma, Cartago…? Los estados nacen, frutos de tesón e intereses —y casi siempre a sangre y fuego— viven durante un tiempo, y al final se los lleva el viento de la historia. A España le acabará pasando lo mismo, ya sea dentro de otros quinientos años o cuando corresponda.
Solo que una parte de los catalanes, pongamos que la mitad más uno (es decir 3.500.001 personas, que no son pocas, aunque sólo supongan el 7,5% de los 47 millones que sumamos los españoles todos, ellos incluidos), quieren que eso ocurra ya mismo. Es una opción, ya digo. A mí me parece una pésima idea, aunque acepto que a otros no.
Pero lo que me parece inaceptable es la sarta de disparates con la que adornan su propuesta. Y el más grande de todos no es que afirmen que les aguarda un futuro idílico e inminente (con suerte, sólo podrían llegar al improbable Parnaso que persiguen dentro de tres generaciones), sino que pretenden que todos aceptemos que lo único que quieren es “que los españoles sigamos a lo nuestro, y que les dejemos a los catalanes ir a lo suyo” Pero, ¿DE VERDAD NO SE HAN ENTERADO DE QUE “LOS ESPAÑOLES QUE SÓLO SON ESPAÑOLES Y NADA MÁS QUE ESPAÑOLES”, NO EXISTEN?
Frente al disparate anterior, el resto de tergiversaciones históricas y de negaciones de la realidad me parecen poco menos que irrelevantes. Aunque no me resisto a reseñar al menos una, que es de calado:
Declararse unilateralmente independiente es menos que nada. Es como que uno se declare a sí mismo genio, o profeta: si no hay complicidad, si el resto no hace coro, lo acepta, asume y te trata como tal cosa, ni eres profeta, ni genio, ni independiente ni nada de nada. Dicho lo anterior, ¿quiénes creen que los aceptarían como nuevo Estado, unilateralmente declarado? La España mutilada, a la que le quieren arrebatar además otra buena porción (las Baleares, la Comunidad Valencia, parte de Aragón…), sin duda jamás. Francia tampoco (¡pero si también pretenden anexionarse el Roussillon…!). El resto de los socios de la UE sin duda seguirían su ejemplo, pues casi todos también tienen tensiones territoriales que no querrían ver alentadas; y además no son idiotas y saben que una UE de trescientos estados sería inviable. Los aliados más firmes de los países europeos y de la UE tampoco querrían meterse en líos gratuitos, de modo que darían un paso atrás. Y del resto de los países del mundo, ¿quién tendría nada que ganar frente a lo mucho que arriesgarían, enfrentándose a todos los anteriores? En definitiva, ¿qué país del mundo saldría a abrazarlos y darles la bienvenida? ¿Corea del Norte? ¿La República Bolivariana de Venezuela? (sólo por tocar los cojones, les creo capaces) ¿El Estado Islámico? (otro tanto).
Es probable que si todos estamos tan inquietos sea porque nos tememos que toda esta payasada, además del daño inherente a la inestabilidad que ya está haciendo, va a terminar con una frustración y un cabreo tan monumental que podría incluso dar lugar al nacimiento de una ETA a la catalana. Pero las posibilidades reales de que Cataluña se independice por las bravas de España, lo que equivale a decir que la desintegre y liquide, son en la práctica inexistentes. Lo cual no impide que lleguemos a ver episodios pintorescos y esperpénticos, tipo actos solemnes de Declaración Unilateral de Independencia, cuya trascendencia real será equivalente a que yo me suba a un taburete en la plaza de mi pueblo y proclame que soy la reencarnación de Jesucristo.
Imagino que ya seré objeto de odio eterno y merecido por parte de todos los “nacionalistas”. Pero voy a ponerle una guinda más aún al pastel, que lo mismo me acaba costando también el odio de los “españolistas”: sin pretender ahora establecer falsas equidistancias, lo que me parece neolítico y destinado a la extinción —al margen de que aún puedan faltar siglos para que ésta se materialice— es el propio concepto de “nación”. Yo amo a mi mujer, a mi familia, a mi gente, mi tierra. Por lógica, y porque comparto con él muchas más cosas, me siento más cercano de un señor de Lleida que de otro de Múnich, y más de los muniqueses que de los ciudadanos de Tokio, de los que a su vez me siento más cercano que de yanomamis o bosquimanos. Pero no soy capaz de sentir un amor arrebatado por “lo madrileño” que me mueva a defenderlo a capa y espada frente a “lo segoviano” (o sea, los vecinos); sentimiento que puede extenderse a “lo español”, que no me arrebata tanto como para acorazarme frente a “lo europeo”; etcétera, etcétera, etcétera.
Por supuesto que me gusta Madrid, la Sierra de Guadarrama y España; pero estoy convencido de que eso es así porque es lo que mejor conozco y con lo que más fácilmente me identifico. Mi sueño, mi Imagine particular, es que España se acabe disolviendo en la Unión Europea, y que ésta haga lo propio algún día en la Unión Planetaria, como ya se disolvió milenios atrás el clan de mis ancestros en otro aún mayor, y este en algún proto-estado, el cual acabó integrado en un estado mayor, y así sucesivamente hasta alumbrar Castilla, y luego España. Ese es el camino que ha venido siguiendo la humanidad, a todos los niveles, y me da igual que cuatro o cuatro mil millones de personas voten lo que quieran, o que cuatrocientos premios Nobel firmen el manifiesto que se les antoje: el nacionalismo es palos en las ruedas, cuando no abiertamente pasos atrás en el desarrollo evolutivo de la HUMANIDAD.
Os dejo con una imagen de mi país ¿A que es bonito?

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